sábado, 24 de diciembre de 2011

En primer lugar he de recordar que, como bien dicen sus excavadores, Pedro Mateos Cruz y Luís Caballero Zoreda, tanto el túmulus de Santa Eulalia como su cementerio subsiguiente se construyeron ex novo; era éste el único lugar próximo a la ciudad en donde no había tumbas romanas por encontrarse lejos de las vías de circulación con las otras ciudades hispanas y ya sabemos lo importante que era para todos los cristianos, incluidos los emeritenses, erigir sus cementerios lejos de las áreas idolátricas.

En este lugar, por otra parte, yo situaría, por no haber tumbas de ningún tipo, el lugar en el que el cuerpo de Santa Eulalia, muerta accidentalmente en el Foro Municipal, fue expuesto  a ser consumido por los animales (aves, perros y otras alimañas) según su Pasión.
Decía Javier Arce, interpretando a  Prudencio, que a  la mártir  se le erigió  un  simple túmulo al aire libre, acaso un martyrium pero nunca una basílica; también negaba la suntuosidad con que Prudencio describía este túmulo porque según André Grabar esto era imposible en el Occidente de entonces.
No obstante  es de leer la descripción de Prudencio.
Pues bien los inapelables resultados de las excavaciones interpretadas por Luís Caballero Zoreda y Pedro Mateos Cruz atestiguaron que este  túmulo se encontraba en el interior de un edificio cubierto: “El mausoleo posee una planta rectangular, con única nave, sin cripta, que remata en un ábside semicircular al interior y al exterior”.
Incluso sus excavadores hasta supusieron la posibilidad de que contase con un doble piso tal como se ha comprobado en  otros lugares, incluso en Hispania:”Al parecer, los recintos al aire libre dejaron paso en el siglo IV a tipos de martyria monumentales. El mausoleo de Anastasio en Salona, fechado ca. 305-310 es un ejemplo. Se encuentran otros en sitios tan distantes como Péecs en Hungrtía y la Alberca en España. Todos ellos son pequeños edificios de dos pisos, rectangulares y provistos de ábsides interiores, cubiertos con bóvedas de cañón y reforzados con contrafuertes exteriores. En Salona la cripta subterránea albergaba el cuerpo del mártir bajo el ábside, y los sarcófagos de los fundadores en la nave. La cámara superior, también con bóveda, se usó seguramente para los banquetes funerarios y las exequias. El tipo deriva evidentemente de los mausoleos y heroa romanos de dos o tres pisos, pero la colocación de un altar sobre la tumba del mártir para los ritos funerarios introduce un elemento nuevo, importante para el ulterior arquitectura cristiana”, dice Krautheimer.

Pues bien, además, el citado André Grabar, cuyo segundo nombre de pila era el de Nicolaivich -téngase muy en cuenta para comprender su autoridad, competencia y excepcionalidad científica-, se refiere a los martyriua-mausoleos de época preconstantiniana  erigidos sobre tumbas martiriales en cementerios públicos de África del Norte, Sajonia  y Renania cuya modestia, por razones obvias, nada tiene que ver con los martiria o basílicas de la época de Constantino y no necesariamente del tipo constantiniano como el de nuestra mártir; en verdad Grabar dice: “Ignoramos al detalle  la decoración interior de estos martiria”.
Pero si tenemos en cuenta el Yacimiento de Carranque, de principios del siglo V, el comercio de mármoles y otros materiales extranjeros no tendría que ser una excepcionalidad.
Pero además Arce ignora las cualidades del arte imperante entonces. Así André Chastel, desde una perspectiva no local, aporta sin embargo evidencias más que significativas de que esta magnificencia “prudenciana” ya era posible en la Augusta Emerita desde el siglo II: “Sobre la base de las fórmulas helenísticas, se había consumado ya en el siglo I la fusión de las artes mediterráneas. A partir de los Flavios, un gran estilo espectacular y complejo se encuentra difundido desde Siria a España. Por sus aspectos monumentales, la técnica de la bóveda concreta, las plantas orgánicas, el uso de la arcada y los nichos o, finalmente, por el gusto por los revestimientos coloreados de mosaicos, esta arquitectura no tiene nada en común con el antiguo arte griego, en el que el edificio es ante todo un valor plástico.”
La ornamentación prudentiana “a lo constantiniano” de la basílica eulaliense se inscribe en lo que se denomina el “arte romance”; en palabras de Chastel: “Con él se consuma la desaparición de la figura en beneficio del efecto ornamental, el abandono de lo monumental en aras de lo brillante y lo precioso. A veces este arte vuelve a tener efectos directos sobre el gran arte oficial, y ello se puede comprobar quizás ya en los relieves del arco de Constantino (312-315).”
La exquisita decoración musiviaria de la primera basílica eulaliense según Prudencio formaba parte de un movimiento que abre camino “al mar de colores de los mosaicos de las basílicas de Roma y especialmente de Constantinopla y de Rávena”, “todo un nuevo estallido de color puesto al servicio de la liturgia” en palabras de Jesús Álvarez quien enlaza esta decoración con las pinturas de las catacumbas.
Por otra parte la existencia de un altar sobre la tumba de la mártir determinaba que este edificio fuera una iglesia o basílica.
Veamos: En realidad André Grabar contradice toda la información de Arce: no existe diferencia alguna entre el martyrium occidental del siglo IV y la basílica del siglo IV... ya que la basílica, en sus propias palabras, es el resultado de “la asociación del martyrium (entendido aquí por él como una especie de sepulcro pagano o hérôon) con la iglesia”, tipo “que se impuso por todo el Occidente” “desde el siglo IV”; según Grabar Roma sería su paradigma: “Es la zona cementerial de Roma, que formaba una corona de gloria cristiana alrededor de la Urbe Sancta, en la que se vio elevarse, a lo largo del siglo IV, las primeras basílica asociadas a las tumbas de los mártires”.
Por razones obvias -en Mérida no existió más que una catacumba- la primera basílica eulaliense, como sí la generalidad de las romanas, no se construyó sobre una cripta tal como han demostrado sus excavadores sino sobre una tumba ex nova.
De otra parte el número de tres o más naves no es criterio excluyente para no considerar las iglesias de una sola nave como tales iglesias o basílicas. El número de las naves no estaban en relación  con el “programa” arquitectónico cristiano en que se basaban sino en la necesidad de dar solución de luminosidad a edificios cada vez más anchos. De hecho Richard Krautheimer asegura que la “división entre naves y colaterales y un cuerpo alto de luces con grandes ventanas se hicieron preponderantes, pero siguieron siendo optativos”; y es que como él mismo interpreta “las basílicas romanas rara vez, o nunca, fueron de este tipo. En su forma más simple eran salones de un sólo ámbito, en ocasiones subdivididos por columnas o pilares”.
La primera basílica de santa Eulalia se encuentra situada en un período de gran variabilidad “y propensión a cambiar de planta bajo la influencia de otros tipos constructivos” según interpretaba Krautheimer en esta época; por otra parte, como asegura el mismo Krautheimer, “en el lenguaje romano, el término basílica alude a la función más que a la composición del edificio, y pese a las variaciones, la función de la basílica romana se describe fácilmente: una basílica no era sino una gran sala de reunión”. Básicamente ésta era: “planta rectangular, el eje longitudinal, la cubierta de madera, vista o cubierta por un cielo raso [...]; finalmente, el estrado con que se remataba, ya fuera rectangular o en forma de ábside. La división entre nave y colaterales y un cuerpo alto de luces con grandes ventanas se hicieron preponderantes, pero siguieron siendo optativos”.
De cualquier manera aunque “la basílica cristiana tenía que ponerse a la altura de las exigencias de mayor monumentalidad y dignidad recién creadas por el espíritu constantiniano de la Cristiandad” ésta, especialmente, “tenía que adaptarse a requisitos litúrgicos concretos, a los medios económicos y rango social de quien la financiara, y a la práctica constructiva local: todo ello muy variable”.
 ¿Quienes eran estos promotores? Según Krautheimer “una pobre congregación rural, un adinerado obispo, o el propio emperador”. ¿Participó Constantino en la erección de la basílica de Santa Eulalia?; no existe ninguna referencia; tampoco es de creer, aunque Walter Trillmich aún sitúa en el siglo IV la preocupación imperial documentada por dotar a Emerita de edificios adecuados.
 Por tanto sí sería de creer que la comunidad cristiana emeritense sufragase íntegramente la construcción de la basílica eulaliense.
Pero es que, según el “programa” arquitectónico cristiano -definitivo a partir del Apocalipsis y exclusivo para la iglesia latina-, la iglesia misma es el mismo sepulcro ya que, en palabras de Grabar, desde “el tiempo de las persecuciones la veneración de las reliquias fue estrechamente ligada a la celebración de la misa, y en el siglo IV las reliquias se encontraron ya instaladas en las iglesias de culto normal”; incluso desde el momento en que Prudencio dice que el sepulcro de Santa Eulalia se encontraba bajo un altar nos encontramos inequívocamente ante una iglesia porque la misa se oficiaba sobre él.
Por tanto el Martyrium de santa Eulalia era una iglesia que si Prudencio no la denominaba basílica tampoco era cuestión singular ni relevante al serlo no el continente sino el contenido y su función; de hecho si Prudencio no usa este vocablo es indicio suficiente de su escasa importancia como denominación de los templos cristianos en los que primaba aún de forma relevante su condición sepulcral; éstos, los “martyria” cristianos, sin embargo, siempre fueron edificios litúrgicos exclusivamente erigidos-a-Dios-en-memoria-de-los-mártires. Y es que los cristianos nunca erigieron templos a los mártires en sí mismos ni para sí mismos, como si de dioses o de héroes paganos se tratasen, idea que subyace en la generalidad de las interpretaciones. San Agustín lo expresó meridianamente: “Deo in memoria martyrum constituimos altaria”, y aún mejor: “Sacrificamus Deo in memoriis martyrum; es decir que  a Dios en memoria de los mártires erigimos altares o  bien sacrificamos a Dios en memoria de los mártires.
Incluso Krautheimer advierte que entonces la palabra “basílica” carecía de significación cristiana; por ello dice que el uso cristiano de la palabra basílica “tenía que hacerse explícita mediante un epíteto distintivo, como por ejemplo “basilica id est dominucum”, lugar de reunión que es la casa del Señor, o una “basílica para la congregación apostólica y católica”.
El nombre de basílica toma en tiempos de Constantino el significado que antes tenía el de “iglesia”. Nombre que no se pierde- y que comparte con los de “domus”, oykerion (oratorio) naos, oikós, ieron (de origen siricaco) y “títulus”, este último solamente en Roma” según Íñiguez; en Prudencio, no obstante, según yo he comprobado hay más denominaciones.

Por tanto según Grabar el “ejemplo dado probablemente por Roma hizo incluso admitir el principio de que la eucaristía debía de ser celebrada  “sobre la sangre de los mártires”, y en virtud de este principio se terminó por considerar como obligatoria la presencia de un fragmento de cuerpo santo en o junto a la mesa litúrgica”; lógicamente se refiere a las ulteriores  iglesias no martiriales o de segunda generación sólo consagrables si poseían, al menos, reliquias de contacto.